Nací en la judería.
Mi padre era algebrista, quiero decir, que curaba las cosas de los huesos. Mi madre, el sacrificio indiscutible.
Aprobé bachiller, de forma mediocre.
Leí a Schopenhauer, a Cervantes y el Talmud.
Me licencié en Leyes, de forma mediocre.
Hice la pasantía en un despacho liberal, y mi noviazgo terminó en el altar de la Iglesia de San Salvador.
Ahora, de ocho a tres, en la oficina de seguros. Por las tardes, me echo un rato, leo junto a la taza de té, doy un paseo, ceno ligero, me bebo un Jeréz, tomo el libro junto a la mesilla de noche, y me quedo dormido.
Algunos sábados salgo a pescar en la desembocadura del río.
CRÍTICA Y OPINIÓN, LITERATURA, FILOSOFÍA, DERECHO Y OTROS GÉNEROS LITERARIOS, desde Algeciras y Tarifa, el último metro occidental al sur del continente.
viernes, 25 de octubre de 2019
martes, 1 de octubre de 2019
EDGAR ALLAN POE
Un manicomio en el que primero se seguía un método positivo, casi antipsiquiátrico, estilo Basaglia, en el que se deja la mayor libertad. Un sistema próximo a la autovigilancia actual de colegios y prisiones. Pero los locos hacen una revolución y toman el poder.
Un manicomio en el que los locos han tomado el poder y han a los médicos y al personal de seguridad los han untado en alquitrán y les han puesto plumas.
Un manicomio en el que el personal cuerdo es encerrado y humillado y en su mayoría está compuesto por hombres, mientras que arriba, en los comedores del manicomio, los locos se ponen púos de comer y de beber, tomando las ropas de los antiguos señores del lugar.
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